1-¿Dónde escribís? ¿Trabajás
en computadora o a mano?
Tengo cuadernos y
libretas, agendas y anotadores. Son más que nada un índice de un deseo de
escribir pero no el lugar real de escritura. Escribo en computadora el noventa
por ciento de lo que hago. Cuando se trata de poesía, muy rara vez me siento en
la computadora sin haber plasmado la idea del poema dos o tres veces a mano en
alguna librera.
2- ¿Escribís todos los
días? ¿Tenés un horario fijo?
No escribo todos los
días ni tengo un horario fijo para hacerlo. He pasado por distintas etapas y
cambios de hábitos. Siempre, de todos modos, escribo menos de lo que me impongo como meta. Siempre mi sensación es: “no
estoy escribiendo nada”. Al inicio escribía a la noche, trasnoche mejor. Luego,
cuando ya se me pasó un poco el mambo de creerme un poeta atormentado que
creaba mientras el resto de los mortales dormía (además empecé a trabajar y a
tener necesidades prácticas que resolver), comencé a producir mejor desde media
mañana en adelante y por la tarde. Últimamente, este año, me ha pasado que tuve
que escribir tarde en la noche sintiéndome muy agotado antes de comenzar. Sin
embargo, para mi sorpresa, algunas veces, entre 23:00 y 03:00 trabajé tranquilo
y con ánimo. Ya no fumo. Tomo café, mate, nunca alcohol porque me deliro y me
dan ganas de ponerme a escuchar música o hacer otras cosas. Y al ratito me da
sueño.
3-¿Cuánto tiempo le
dedicás?
Lo que puedo. Pienso
mucho, descarto mucho de lo que pienso. Tengo una imaginación con severas
restricciones y escribo con bastante lentitud y dificultad. Si tengo una idea y
puedo sentarme tres horas a desarrollarla me quedo muy contento.
Lamentablemente eso no me pasa mucho. Siempre hay un horario que cumplir, una
cuenta pendiente. Pero no me quejo, me da la impresión de que si tuviera tiempo
de sobra para escribir no lo haría.
4- ¿Algún ritual, costumbre o manía a la hora
de sentarse a escribir?
Es importante que no
haya gente o que los demás duerman. Sin música. Preferentemente en la butaca
giratoria con rueditas que tengo hace varios años ya.
5- ¿Cuándo das por terminado un texto? ¿Qué
recorrido emprende ese texto?
Doy por terminado un
texto cuando siento que di todo lo que podía dar técnicamente para realizar una
primera pulsión que es muy básica y muy pura también. Me acuerdo qué es lo que
quería hacer antes y lo cotejo con lo que quedó. Puedo sentirme contento con el
resultado o decepcionado. Puedo también correrme del proyecto inicial y mirar
el resultado con cierta objetividad. Cuando es así, pienso si puede funcionar
en el universo de lo que ya he escrito sin aparecer como una contradicción en
distintos planos (estético, político, ético). Entonces puede que lo acepte o lo
rechace. En general las cosas quedan, los archivos están ahí. Si se da, los
comparto con algún amigo o lector cercano, lo re-pienso. Mucho de lo que hago
queda en un limbo, sigue ahí.
Un texto terminado es
un texto que puedo leer bien en voz alta, para mí y para otros. Lo releo, lo
“paso” varias veces para ver si funciona, si me sucede al leerlo lo que me pasa
cuando leo un texto de un escritor de verdad.
Luego eso terminado
queda a la espera de un espacio para darlo a conocer. Últimamente he tenido
suerte, dos editores que admiro me publicaron. No sé si eso se va a volver a
repetir.
6- ¿Qué relación tenés con tu biblioteca?
Se me está pasando el
fetichismo con los libros porque no tengo más lugar y porque conservo bastante
material que sé que no releeré. O sea que ahora trato de que la biblioteca no
crezca desmesuradamente ni se llene de cosas inútiles. Pero armar la
biblioteca, comenzar de la nada y juntar y ordenar todo lo que fui leyendo en
dieciséis años (desde que me mudé a Río Cuarto y comencé a estudiar) es una
experiencia muy importante. La biblioteca es la realización material de una
pasión que a uno lo constituye. Si alguien pregunta: ¿qué hiciste de tu vida?
Uno no tiene más que señalar la biblioteca y decir: nada, leí esto. Una vida
que tiene como práctica central la lectura y gira en torno a los libros, algo
tan simple y tan misterioso como eso.
7- ¿Qué libro te
gustaría leer?
Bizarra, de Rafael Spregelbur (lo tengo en las gateras, esperando el verano).
8- ¿Qué cinco libros
no pueden faltar en tu biblioteca ideal?
Cualquier cosa de
Kafka, cualquier cosa de Juan L Ortiz, cualquier cosa de Saer, cualquier cosa
de Antonio Di Benedetto y Dublineses,
de Joyce.
9- ¿Cuáles son los
autores/libros que te parecen más sobrevalorados y cuáles los menos valorados?
El tema del
establecimiento del valor es uno de los más importantes y de los menos
visibilizados entre los lectores medios y los críticos. Todos juzgamos, votamos
mejores libros del año, somos jurados de concursos, concursamos como
escritores, etc., pero lo hacemos sin referirnos nunca a las condiciones del juicio. ¿Según qué
criterios se juzga una obra y un autor? Si se abriera esa discusión los juicios
serían más precavidos, menos absolutistas, más moderados y conscientes de su
relatividad con respecto a una perspectiva subjetiva; a la vez quedarían en
evidencia las arbitrariedades que muchas veces rigen las valoraciones. Me
parece odioso dar nombres, pero creo que son notables las sobrevaloraciones de
obras premiadas en los concursos de novela más conocidos.
Particularmente, me
molesta mucho cuando se intenta levantar a un autor emergente mediante
operaciones que tienen al juicio de valor de una persona de cierto
reconocimiento como elemento central. No me digas que este nuevo autor es
genial o que la rompe, no lo compares con Borges o Arlt; contame una
experiencia de lectura significativa, hablame de lo que te pasó al leerlo, sé
más explicativo, más descriptivo, da cuenta de cómo el escritor del que hablás
tomó tu atención y te perturbó en cierto modo específico. Sergio Chejfec es un
maestro en este sentido, su atención sobre los textos y el trabajo descriptivo
lleva implícito el juicio.
Lo peor de todo en
relación con este tema es el juicio de valor lapidario sin un trabajo
argumentativo-descriptivo previo, sobre todo cuando es formulado por una figura
de cierto peso sobre autores que están iniciando su carrera. Ahí me parece que
el que hace el juicio simplemente cede a la tentación de ejercer su poder
simbólico sobre alguien más débil. Creo que eso es simple sadismo.
10- ¿Qué relación
tenés con la inspiración?
No creo que haya
necesidad de seguir reproduciendo esa imagen clásica que viene de la antigüedad
según la cual “algo” habla en uno cuando se escribe. Sí, en cambio, se podría
traer a colación en relación con este tema una palabrita que encontré en un
libro de un autor llamado Mihaly Csikszentmihalyi. La palabra es “fluir” y
describe un estado psicológico muy placentero que se da cuando una persona está
enfrascada en una actividad que representa un desafío acorde a sus posibilidades.
Un músico copado en un solo, un científico que avanza hacia la resolución de un
complejo cálculo, un deportista que enfrenta un momento que requiere el máximo
despliegue de su capacidad, se encuentran “fluyendo”, dice este científico; no
es están ni frustrados por un desafío que les queda grande ni aburridos porque
el desafío está por debajo de sus posibilidades, están en la tensión justa,
metidos de lleno en su tarea. Me gustó esa descripción y creo que se aplica a
los momentos en los que uno está leyendo o escribiendo, en esa situación se
pierde contacto con el contexto y si alguien te interrumpe te corta la
“inspiración”, te baja de esa ola creativa en la que venías surfeando. Esa idea
del “fluir” me hizo acordar a una imagen que aporta Roland Barthes cuando dice
que el lenguaje a veces nos produce la impresión de ser como una máquina que
funciona diáfanamente y produce un rumor, un ronroneo, el famoso “susurro del
lenguaje”.
11- ¿Cuándo una
persona se convierte en un buen lector?
Cuando lee durante
mucho tiempo solo y en compañía de otros que le enseñan a prestar atención a
los detalles. Ayuda leer tempranamente a los llamados clásicos bajo la guía de
gente que ama esas obras y se siente feliz cuando otros descubren su riqueza.
Bonus Track:
-Experiencias e impresiones de
escribir estimulado por alguna sustancia o en un estado de conciencia alterado.
En la adolescencia
escribí algunas cosas a cuatro manos, los sábados por la noche, con música,
poca luz, pasado de alcohol o habiendo fumado porro. Eran juegos,
exploraciones, que no dieron lugar a nada concreto ni relevante. Fue en la
época del descubrimiento del surrealismo, una manera de entenderlo o
procesarlo. Ahora pienso que el mejor estado para escribir es estar lúcido y
descansado, ya que escribir es una práctica que requiere concentración y
exactitud. Una novedad es que hace algo más de un año comencé a leer con cierto
orden materiales sobre temas referidos a la meditación. Por ignorancia me
burlaba de ese tipo de prácticas. Ahora creo que son algo muy serio y digno de
una atención sostenida. En eso estoy, si persisto me imagino que pueden darse
experiencias nuevas a nivel de la “conciencia”, como dice la pregunta. A lo
mejor eso afecta la escritura, a lo mejor la anula o la torna innecesaria… no
sé. No siento que mi identidad se sostenga absolutamente sobre la acción
específica de escribir, sospecho que los autores que más me importan me
importan no porque son escritores sino porque estaban buscando algo y fueron a
fondo. Y un día ya no necesitaron escribir.
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