Juan José Bereciartúa

1- ¿Dónde escribís? 

Nunca en un avión. Menos en un Shopping. Quizás sí, camino a mi temporada en el infierno. Seguro en algún boliche a la vera de un camino de tierra o en una estación de tren, o en una plaza de pueblo, o en medio de la meseta patagónica. Cuando me consume alguna idea de imposible postergación, sería capaz de hacerlo hasta en el baño de la Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, con la silenciosa compañía de Auxilio Lacouture. En las pocas ocasiones en que las palabras me avisan que no me mueva de casa, las espero allí, quietito, con el oído atento, el mate listo.

2- ¿Trabajás en computadora o a mano?

Cuando escribo, depende de la emergencia. Suelo enredarme en desordenados apuntes garabateados en mi libreta viajera cuando salgo a la ruta. Lo mismo sucede en cualquier circunstancia en que me aborda una idea, escribo no más de diez palabras en una libretita que me acompaña siempre en un bolsillo. Pero inevitablemente luego necesito sentarme frente al teclado y la pantalla para comenzar a dar forma al texto. Allí siento que empieza a querer llegar.

3- ¿Escribís todos los días? ¿Tenés un horario fijo?

Quisiera hacerlo en los laborables, en los feriados y en los optativos. Pero sólo lo hago los días que puedo, aunque cuando me dispongo, cuando intuyo que hay veinte palabras que pugnan por abrigarse, nadie me quita de mí. Los horarios pueden variar pero casi nunca de noche, soy algo más indolente a esa hora. Muy pocos minutos pueden reclamarme las penumbras, en este sentido.

4-¿Cuánto tiempo le dedicás?

En general soy bastante disperso, estoy atento a cualquier invitación de mi mujer o al timbre o a las causas que provocan los ladridos de Evangelista y Tostado. Pero cuando diviso la luz del final del túnel de un texto puedo permanecer con el culo en la silla seis, siete, ocho horas sin escuchar más que los susurros de mi voz. En mis viajes no arranco hasta que no volqué sobre la libreta los sucesos del día anterior. Y hubo días enteros en que viajé detenido, escribiendo, sacando de la cabeza hasta el último paisaje, la última frase de otro viajero, el ínfimo secreto de un lugareño.

5- ¿Algún ritual, costumbre o manía a la hora de sentarse a escribir?

Ahora que debo contestar, recuerdo que antes me asediaban ciertas manías. O se cansaron de mí o yo de ellas.

6- ¿Cuándo das por terminado un texto? ¿Qué recorrido emprende ese texto?

Cuando considero que no hay más para agregar o pulir, o cambiar o eliminar, no lo miro más. Después confieso que he mentido. Porque luego de la lectura inflexible de mi mujer, aparecen ingentes correcciones que lo mejoran. Entonces sí, vienen las últimas reparaciones y no lo miro más. Eso es lo que siempre supongo. Pero no, un par de días después le pido perdón al texto, le pido permiso y vuelvo a agarrarlo del cogote y pobrecito, lo someto vilmente a demoledores tratamientos de lifting. Desde que escribo mi blog me he vuelto más exigente con las correcciones de lo que subo allí.

7- ¿Qué relación tenés con tu biblioteca?

Como ocurre en general, en casa tenemos varias y específicas bibliotecas (la mayoría son o se constituyen solamente sobre la base de las inevitables y tambaleantes pilas multicolores): la de los libros que voy a leer próximamente; la de los libros que leí en tiempos recientes pero que necesitaré volver a ellos; la de los pobres libros que nunca leeré y cada vez que la miro me pregunto quién me los puso en el camino (allí pienso en la tala indiscriminada de árboles); la de los libros que alguna vez me recomendaron pero no terminaron de convencerme como para que, luego de comprados, incursionara en ellos. También aparecen (siempre en diferentes lugares) las pila-bibliotecas de los imprescindibles. Luego está la biblioteca de la casa, la que también sirve para completar el mobiliario y mostrar que en esta casa se lee, señores. Es un soberbio mueble que en sus años mozos fue una pedagógica biblioteca de escuela primaria. Conserva todas sus condiciones originales (hasta el silencio congelado de los chicos enfrentando las reprimendas de alguna directora temible). Fue construida en roble de Eslavonia y adornada con sus orgullosos herrajes dorados. Una antigüedad con olor a madera verdadera. Sé que nuestros libros no podrían vivir en lugar más adecuado. Mi único problema a veces es ubicar el que necesito. A veces no lo encuentro enseguida, pero nada me quita el olor a roble que regala el viejo mueble.

8- ¿Qué libro te gustaría leer?

Hay tantos que a veces prefiero no caer en esa angustiada cuenta inútil, peeeero...
Quisiera suturar los agujeros que he dejado tantas veces entre las páginas de El Quijote. En estos últimos meses, en que dediqué bastante tiempo a la obra del gran Augusto Roa Bastos, quisiera disponer de una semana para incluirme definitivamente dentro de ese mundo tan vertiginoso de Yo el Supremo.

9- ¿Qué cinco libros no pueden faltar en tu biblioteca ideal?

Puedo asegurar como un detective salvaje que no son ficciones las que aquí manifiesto. Por el contrario, digo con la autoridad que me da una solitaria dinastía de cien años, que ni Facundo Quiroga tiene suficiente valor para impedirme la quijotada de decir al mundo, mientras agonizo, que hay más de cincuenta o sesenta libros que no pueden faltar.

10- ¿Cuáles son los autores/libros que te parecen más sobrevalorados y cuáles los menos valorados?

La mayoría de los autores que alguna vez nos robaron el sueño, me resultan sobrevalorados cuando siguen insistiendo en mandar libros al mercado por compromiso editorial. Esos casos me recuerdan la correcta dimensión de la obra de Rulfo.

11- ¿Qué relación tenés con la inspiración?

Fundamental. Ya lo dije, cuando veinte o treinta palabras comienzan a buscarme, trato de estar en el lugar al que ellas me llevarán y en el que podré recibirlas como se merecen.


12- ¿Cuándo una persona se convierte en un buen lector?

Eso no lo sé. Sólo sé que yo no lo soy.

¿Nos mostrás tu biblioteca y tu lugar de trabajo?




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