Matías Bragagnolo



1-¿Dónde escribís?

Usualmente, en el escritorio donde tengo la computadora.

2- ¿Trabajás en computadora o a mano?

En computadora, pero si la inspiración me ataca en la calle o en otro lugar, tomo libreta o cualquier papel que encuentre y lapicera y escribo.

3- ¿Escribís todos los días? ¿Tenés un horario fijo?

Prácticamente todos los días, aunque sea una palabra, escribo. El problema de tener que trabajar siempre lo complica todo, especialmente si ese trabajo se llama abogacía. Por eso no tengo un horario fijo para escribir (me remito a la respuesta anterior), pero si el atardecer me agarra libre, es una buena hora para mí.

4-¿Cuánto tiempo le dedicás?

Depende. Puedo dedicarle 15 minutos o 2 o 3 horas al día, pero he llegado a pasar 8 horas seguidas escribiendo, con las persianas bajas.

5- ¿Algún ritual, costumbre o manía a la hora de sentarse a escribir?

Servirme café. Y poner música. A veces son discos o artistas que de alguna manera indirecta puedan tener alguna relación con lo que estoy escribiendo, muchas veces no. Y a veces recurro a ciertas técnicas extremas para lograr determinado clima, como cuando había llegado a la mitad del último capítulo de PETITE MORT: abrí varias pantallas de internet con videos de porno duro, las minimicé, me calcé los auriculares y con esa cacofonía de gritos, gemidos, cachetazos, arcadas y fricciones húmedas en los oídos me mantuve en el estado de tensión que necesitaba para escribir ese momento tan extremo y crucial para la novela.

6- ¿Cuándo das por terminado un texto? ¿Qué recorrido emprende ese texto?

He tenido 2 etapas en estos últimos 15 años. En la primera, terminado el proceso de corrección, recurría a esa especie de superstición de la que alguna vez habló Borges, y no volvía a tocar el texto. Ahora estoy más cerca de la visión de W.S. Burroughs: la obra como una entidad viviente, que puede mutar con el paso del tiempo. Y por eso es que de vez en cuando vuelvo a los textos inéditos y les ajusto tuercas, les amputo miembros o les pongo prótesis.
Lo del recorrido posterior ha cambiado con el tiempo. En mi época de escritor ermitaño (es decir, hasta hace unos dos años), inmediatamente enviaba por mail la novela, el cuento o el poema a mis amigos. Pero a mis últimas dos novelas (escritas este año) se las mostré a unos pocos y no me preocupó demasiado que las leyeran. Prefiero, cuando llegue la ocasión, entregarle el manuscrito a algún editor al que le pueda interesar.

7- ¿Qué relación tenés con tu biblioteca?

No suelo tener una relación demasiado estrecha con los objetos (soy medio San Francisco de Asís en ese aspecto). Sí puedo decir que los libros en mis bibliotecas (tengo dos, la más linda es la de la foto) tienen un orden más o menos estricto, basado en clasificaciones bastante irracionales.

8- ¿Qué libro te gustaría leer?

Aun no he leído la trilogía de “El padre”, de Edward St. Aubyn. Por suerte me espera en mi biblioteca.

9- ¿Qué cinco libros no pueden faltar en tu biblioteca ideal?

(No van en orden de preferencia, y son los primeros que vienen a mi mente):
1. Cualquiera de W.S. Burroughs
2. “En sueños he llorado” (Alberto Laiseca)
3. “Sexus” (Henry Miller)
4. “Los miserables” (Víctor Hugo)
5. “Mitos de un futuro próximo” (J.G. Ballard)

10- ¿Cuáles son los autores/libros que te parecen más sobrevalorados y cuáles los menos valorados?

Por suerte de todo lo que he leído algo rescato. Pero nunca me aburrí tanto como leyendo a Haruki Murakami. Y digo “leyendo” y no “intentando leer” porque cada vez que empiezo un libro que me resulta tedioso o insulso me obligo a leerlo hasta el final, porque no está bueno criticar algo si no se lo conoce en su integridad. Incluso si es un libro de H. Murakami... No me asombra que haya sido y siga siendo publicado, él es un buen escritor y no todos tienen por qué pensar como yo; lo que no entiendo es cómo se volvió tan masivo en occidente. Si Mishima resucitara me daría la razón. Y después se haría otro hara-kiri.
Entre los menos valorados, al menos en círculos intelectuales, me parece que están los autores malditos de la novela negra, como David Goodis, J.H. Chase o Jim Thompson. También autores a los que se los prejuzga por el carácter extremo de sus obras, como el Marqués de Sade, de cuyo enorme talento literario se habla menos que de su conducta libertina y las atrocidades que relató (como suele pasar, el árbol tapa el bosque). Y me vienen a la mente dos autores argentinos: Ángel Bonomini y Rafael Pinedo.

11- ¿Qué relación tenés con la inspiración?

Soy su esclavo.

12- ¿Cuándo una persona se convierte en un buen lector?

Cuando empieza a seleccionar sus lecturas, sin prejuicio pero con criterio, informándose sobre  las obras que podría llegar a gustarle.

Bonus Track:
-Experiencias e impresiones de escribir estimulado por alguna sustancia o en un estado de conciencia alterado.

No consumo ningún tipo de droga ilegal (perdón si eso no resulta creíble) pero sí he escrito borracho (whisky, usualmente), con resultados similares a los que provienen de la sobriedad.

Si hablamos de estados de conciencia alterados, una vez estaba experimentando con frases y palabras relacionadas con el sonambulismo, realizando un cut-up tras otro (técnica literaria que consiste en tomar textos propios y/o ajenos, cortarlos en pedazos y volver a reunirlos de manera aleatoria para corroborar el resultado). Cuando la idea para un cuento brotó, puse a quemar un poco de incienso, apagué la luz, puse la canción de Coil “The Dreamer Is Still Asleep” (https://www.youtube.com/watch?v=WEB1_4bAVYA) en función repeat, me senté frente a la computadora y abrí una pantalla con un simulador de dream machine (dispositivo de luz parpadeante que estimula el nervio óptico y altera las oscilaciones eléctricas del cerebro generando alucinaciones transitorias; el efecto es logrado al posicionar la cara delante de las luces con los ojos cerrados). Y así, abría los ojos, escribía un poco, volvía a la dream machine, un poco de alucinación y de vuelta a la escritura. Hasta que tuve terminado el cuento.






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