1-¿Dónde escribís?
En cualquier espacio o tiempo en que pueda sustraerme de mi cuerpo; cuando ya no lo noto, cuando
pierde su presencia inquieta de mundo cotidiano, escribo. Después, los lugares
en donde esa transmutación sucedió se tornan amigables, cómplices. Lo que no
significa garantía de repetición, quiero decir: hay bares o playas o casas a
las que vuelvo como siguiendo una huella porque allí ocurrió una entrega y una
recepción, algo que conmovió mi subjetividad. Pero nunca ocurre dos veces.
Siempre escribo en un lugar nuevo, sobre todo porque estoy distinta y ajena a
la que fui la última vez.
2- ¿Trabajás en computadora o a mano?
Depende de la velocidad y materialidad de la voz que se abre paso; por
ejemplo, si es una voz morosa e inaudible escribo a mano, profundamente quieta,
suspendida, como para no espantar ni espantarme; pero si es caudalosa,
expansiva, irradiada, esquizoide, tipeo como si fuera otrx, acaso una otredad:
un jazz delirado sobre un piano enclenque; a veces la voz llega y yo estoy en
ascuas, es imposible de traducir, no admite lengua y se pierde, pero antes me
atraviesa como si fuera un hálito.
3- ¿Escribís todos los días?¿Tenés un horario
fijo?
No, excepto cuando son tiempos de corrección final, o de galeras o de
entregas que se avecinan. Entonces me rapto y estoy en eso, llevo parrafadas de
textos sabidos de memoria en mi cabeza, cambio comas, pongo, saco, espero la
anomalía, el neologismo; esa forma de la memoria -genial e inevitable- permite
continuar la corrección mientras hago cosas aburridas, como ir a Edenor, en el
barrio de Chacarita, cien veces, a reclamar por la luz que nos cortan como si
la dieran.
4-¿Cuánto
tiempo le dedicás?
Mi vida está dedicada a la palabra, al lenguaje; me dedico al
psicoanálisis todos los días, a la escritura, a la escucha, a las traducciones
del dolor psíquico, a los sueños, a los decires, a los gritos, a reescrituras
de la memoria, a las suplencias, a las profanaciones de un texto silente. De
ahí a la literatura hay un abismo infranqueable, sin embargo, es la misma
materia: la experiencia de la lengua trabajando un modo o una multiplicidad de
modos de estar en el tiempo y en el cuerpo que cada quien construye en este
mundo.
5- ¿Algún ritual, costumbre o manía a la hora de
sentarse a escribir?
A la hora de sentarme a escribir me quiero parar, y doy vueltas; todo
me distrae, no hay manera, la vida física es una sugerencia adorable; a esta
altura ya lo acepté; asumo que ese ha de ser mi ritual.
Por suerte nunca estoy apurada.
6- ¿Cuándo das por terminado un texto? ¿Qué
recorrido emprende ese texto?
Cada trabajo (me refiero a cada libro) tiene una sedimentación de seis
a siete años. En general, siempre estoy trabajando en tres o cuatro proyectos
al mismo tiempo. De todos mis trabajos tengo diferentes versiones, a veces con
variaciones sutiles en el tiempo, a veces con variaciones sutiles en las
historias, a veces con rupturas formales, en fin, pruebo, pruebo, pruebo. Creo
que una de las formas finales es cuando puedo recordarlo íntegro y soporta una
lectura o un recitado en voz alta.
En relación a los ensayos, el trabajo es levemente distinto. Ahora
estoy por publicar un libro sobre Robert Walser, allí busqué entender cómo
Walser traduce sus estados de éxtasis permanentes, cómo hace y deshace la
lengua; cómo se hace y deshace -él- en la lengua; es un texto que compuse entre
el 2004 y el 2012. El libro está terminado, no obstante las ideas siempre se descontrolan,
colapsan, implosionan, irradian, reavivan como las llamas y ahora mismo están
quemándome en otro asunto por venir y en diálogo informal con lo ya escrito.
7- ¿Qué relación tenés con tu biblioteca?
Hubo un antes y después. Tuve cinco bibliotecas grandes y hermosas,
había cientos de cientos de ejemplares. Un día el agua llegó repentina por la
madrugada, todo el barrio de Saavedra en la ciudad de Buenos Aires sucumbió,
por suerte no estábamos en casa -el agua nos hubiera dado al pecho y al cuello;
perdí cinco mitades de bibliotecas. Desde entonces, estoy más ligera, cambió mi
relación con los libros en tanto que objetos, todos circulan, todo es
impermanente desde entonces.
Aun así, rearmé una biblio pequeña, acaso mi consentida.
8- ¿Qué libro te gustaría leer?
Voy a entregarme a Santa Hildegarda de Bingen y su Lingua
Ignota y a todos los papers, PDF, misceláneas intuitivas, fotos, pinturas,
objetos, etc, que fui atesorando y consiguiendo por ahí.
9-¿Qué cinco libros no pueden faltar en tu biblioteca ideal?
Heliogábalo o el anarquista coronado- de A. Artaud; Papeles Salvajes de
Marosa Di Giorgio; La Odisea (que asumo junto a Samuel Butler que fue escrita
por una pricesa siciliana que en la ficción se hizo pasar por Nausícaa);
Profanaciones y La comunidad que viene de Giorgio Agamben y las obras completas
del uniquísimo Macedonio Fernández. Pero honestamente necesito agregar a todxs
lxs griegxs, las OC de S. Freud; las de Wittgenstein; las de Hannah Arendt; todo
Robert Walser, La Pasión según GH, una versión de La Aurora Consurgens, una
buena edición de Genji Monogatari y el Libro Rojo de Jung (no siempre pago exceso
de equipaje.)
10- ¿Cuáles son los autores/libros que te parecen
más sobrevalorados y cuáles los menos valorados?
Sólo podría hablar de mis elecciones, cómo decirlo,
todxs lxs que insisten e insisten en rizar el rizo rizado no vienen conmigo. No
soy adepta a raíces, ni a árboles genealógicos; pretendo sacudidas,
despertares, satoris, anomalías, huérfanos, híbridos, productos abominables.
Por suerte, siempre hay rescates y gente que gusta aventurarse a lo
otro, Elvira Orphée -que la tenemos tan cerca-, es genial y se la está leyendo,
eso me da alegría; lo mismo me ocurre con Sara Gallardo –aunque Sara en estos
últimos 20 años ya circula bien- Eisejuaz es una obra sin par. A mi me interesa
-me atraviesa- la escritura que es producto de una experiencia de lenguaje, una
experiencia de lenguaje es aquello que va a quebrar cualquier posibilidad de
sentido fácil, es aquello que mueve tu punto de encaje, porque te hace
trastabillar en la lengua materna, lo que significa que te empuja a
trastabillar, a cuestionar involuntariamente una zona de identificación en la
lengua, con la que el yo se obliga para incluirse eclipsado en un modo social en
el que no es representado; eso no puede entrar al mercado, porque el mercado
tiene otra ley, asume un soporte cuasi neurótico, con lo cual tiene que hacer
una maniobra terapéutica, y no psicoanalítica, en contra de la angustia (que es
La condición de lo humano, imaginen que es una maniobra que aplasta al sujeto
destituyéndolo de sus pliegues) el mercado tiene que entretener-nos,
tenernos entre sus- esa es su Ley, narcotiza, mantiene la cosa real en
suspenso, agazapada; de todas formas, en alguna de las vueltas eso
salta y se nos viene encima; los modos que hoy asume la violencia aquí y más
allá y más allá del más allá, a mi entender, son productos -masivos- de
aplastar una horda angustiada, de alisar y no cuestionar los modos en que la
angustia (lo humano y su condición) trabaja en cada quien, eso es un no hacerle
cabida; cuando se hace espacio a ese afecto, algo de la verdad se deja ver,
luego cada quién sabrá qué hacer con eso; pues bien, esa clase de libro que
produce el mercado -sordo y ensimismado- a mí no me interesa, no me conmueve.
Yo leo y escribo fuera de todo canon.
11-¿Qué relación tenés con la inspiración?
La inspiración es una antena muy sutil; hay que animarse y entrenarla.
12- ¿Cuándo una persona se convierte en un buen
lector?
Cuando el árbol no tapa el bosque. Quiero decir, cuando hay
intercambio, interlocución, movimiento y trans-sito.
Bonus Track:
-Experiencias e impresiones de escribir
estimulado por alguna sustancia o en un estado de conciencia alterado.
Miles, (solo agregar que los estados de conciencia se alteran con modificar la manera (el ritmo) de respirar)
pero más allá de esto recuerdo en particular dos tomas de LSD: una que mejor
olvidar por que se produjo un manuscrito de doscientas páginas en un tiempo que
no puedo precisar, algo totalmente hermético e ilegible; sólo sé que ocurrió en
lo alto de una montaña, el soporte material fueron dos cuadernos, y había un
lago precioso, turquesa, en el que se reflejaba el inmenso cielo de la noche;
la segunda vez -diez o quince años más tarde- salió mejor, volví de una
Creamfield y en ese estado -creería que duró dos días- escribí un ensayo que no
hubiera podido componer sin esa experiencia de (para decirlo con A.Huxley)
atreverse y cruzar Las Puertas de la percepción.
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