1-
¿Dónde escribís? ¿Trabajás en computadora o a mano?
En
general, escribo en casa, en la computadora. Si estoy en la calle,
escribo en cualquier parte. He llegado a escribir en los semáforos
en rojo, sobre papelitos de estacionamiento. Si estoy de viaje, en
cuadernos y en servilletas. Con las servilletas tenemos un problema:
no todas sirven para la escritura: algunas se rompen. He llegado a
escribir, presa del espanto, arriba de un crucero. Me había escapado
a un bar de habanos, ese lugar solitario que el resto de los
cruceristas parecía no haber descubierto aún. Pedí una copa de
vino. Estaba realmente espantada. Lo miré al mozo y le dije:
necesito escribir, ¿usted tendrá un pedazo de papel? No me dice
nada, pero veo que se aleja hasta la barra y apreta un botón de la
caja registradora. Vuelve, raudo, y me entrega una larga tira de
papel. Creo que me pasé la noche entera en ese bar, a resguardo de
los excesos que sucedían afuera, grabando mis propias demasías en
las sucesivas tiras de papel que el mozo me iba trayendo.
2-
¿Escribís todos los días? ¿Tenés un horario fijo? Cuanto
tiempo le dedicás?
Sí,
escribo todos los días. No tengo un horario fijo. En general, tanto
el horario como la cantidad de tiempo que le dedico, dependen del
proyecto de escritura en el que esté inmersa. Normalmente, escribo
de noche, cuando ya todos están dormidos y puedo encontrarme con
cierto nivel de silencio. Esto funciona bien para los cuentos. Si se
trata de una novela, en cambio, ocurre que mi vida se desdobla en dos
vidas o, incluso, en una sola, la de la novela, que acaba
convirtiéndose en algo aún más palpable que mi propio entorno.
Vivo con esos personajes, en sus escenarios, y arrastro sus sombras
por toda la casa. No me los saco de encima en ningún momento, a
ninguna hora. Sospecho que incluso los debo seguir en mis sueños,
porque muchas veces me desvelo y es más mi fantasma que mi propio yo
el que vuelve hasta la computadora a resolver esa escena en la que me
había atascado la noche anterior.
3-
¿Algún ritual, costumbre o manía a la hora de sentarse a escribir?
Quizás,
lo que te decía recién: una necesidad de silencio. Como si
necesitara una ausencia de sonidos para poder escuchar las voces que
quiero bajar al papel, su ritmo, su cadencia.
4-
¿Cuándo das por terminado un texto? ¿Qué recorrido emprende
ese texto?
No
sé si los textos se terminan alguna vez. Pero, veamos. En el plano
de la escritura propiamente dicha o, mejor, en el plano de la
producción de un texto, digamos que hay un primer momento de
conclusión cuando siento que lo que estoy escribiendo encontró un
final posible. Normalmente, si todo va bien, ese final se impone.
Pasada esa instancia, imprimo el texto y empieza una etapa que ya se
inició durante la escritura, pero que sigue, de un modo más
minucioso, sobre la letra impresa: el momento de la corrección. En
esa etapa, la mayoría de mis escritos va a la basura. Si alguno
sobrevive, viene una especie de reescritura que incluye la
eliminación de frases y hasta de párrafos enteros y que supone,
sobre todo, una lectura en voz alta, el agregado o la quita de
sílabas, de puntos y de comas, hasta que siento que el texto sigue
un ritmo, una respiración posible. Después viene la etapa de darlo
a leer: esos ojos del otro, tan fructíferos, tan necesarios. Y
después lo dejo descansar y lo retomo tiempo más tarde, a ver si
sigue vivo. Y entonces todo vuelve a empezar, con otra mirada, ya más
distante. Esto es un infierno. Nunca termina.
5-
¿Qué relación tenés con tu biblioteca?
Hubo
un tiempo en que nos llevábamos muy bien: se acomodaba por orden de
lectura y me devolvía los libros que yo necesitaba con una devoción
inconcebible. En algún momento del año pasado, todavía no sé bien
por cuáles circunstancias, la encontré completamente desmadrada.
Fue una etapa cruel. No lograba encontrar casi ninguna de mis
lecturas. Llegué a odiarla: a sentir que tenía vida propia, y que
se mofaba de mí, y que me ocultaba a propósito lo que necesitaba
encontrar como si le gustara jugar a las escondidas conmigo. Decidí
esperar, a ver si entraba en razones, si volvía a su orden natural,
pero eso no sucedió. Esperé en vano; sufrí en el camino. Hace unos
pocos meses, en un puro manotazo de ahogado, decidí hacerle caso a
un amigo: ahora respeta un espantoso orden alfabético al que todavía
no me acostumbro, pero que, al menos, empieza, otra vez, a devolverme
una mirada.
6-
¿Qué libro te gustaría leer?
¿Uno
solo? Cuando entro a una librería, me desespero. Veo todos esos
estantes repletos de joyas y de promesas y mi cabeza empieza a
moverse de izquierda a derecha: no, la vida no alcanza. Demasiado
corta.
7-
¿Qué cinco libros no pueden faltar en tu biblioteca ideal?
No
sé si podría elegir cinco libros. Supongo que mi biblioteca se
compone de murmullos heterodoxos. Esos murmullos que vamos
encontrando en nuestros singulares caminos de lecturas, siempre
azarosos. Aún así, y tanto como para no esquivar la pregunta del
todo, digamos que en esa supuesta biblioteca ideal, extrañaría
mucho si no estuviera mi querido António Lobo Antunes. En
particular, su Manual de inquisidores.
8-
¿Cuáles son los autores/libros que te parecen más sobrevalorados y
cuáles los menos valorados?
La
valoración de un obra literaria está ligada a variables históricas,
a la percepción estética de una época. Desde ese punto de vista,
muchos textos subvaluados en un contexto dado son rescatados más
adelante. Sucede lo mismo a la inversa.
Visto
así, el asunto de la valoración de una obra literaria se vuelve
materia abstracta: será necesariamente arrancada de cuajo y vuelta a
plantar, y vuelta a arrancar, y así. Por suerte.
9-
¿Qué relación tenés con la inspiración?
No
entiendo la inspiración como una especie de hada que baja de su nube
y te toca, por un rato, con su varita mágica. La entiendo más bien,
a la manera de Barthes, como un “inspirarse en”. Barthes habla de
una relación nupcial, de procreación, entre lectura y escritura.
Estoy totalmente de acuerdo con esa premisa. No hay escritura sin
lectura.
10- ¿Cuándo
una persona se convierte en un buen lector?
No
sé qué cosa sea un “buen” lector, pero creo en la lectura. En
ese encuentro íntimo y gozoso entre un texto y su lector. Pascal
Quignard decía que leer es buscar con la vista, a través de los
siglos, la única flecha lanzada desde el fondo de los tiempos. Creo
que todo lector es miembro de esa tribu que sigue buscando,
indefinida y vanamente, esa única flecha.
Bonus
Track:
-Experiencias
e impresiones de escribir estimulado por alguna sustancia o en un
estado de conciencia alterado.
Hay
un vino que se llama Arístides. Yo no lo consigo. Me lo trae una
amiga entrañable. En mis cumpleaños toca el timbre y la veo entrar
a casa con una caja de ese vino. Y yo le agradezco. No creo en las
musas, pero ese vino es increíble. Lo recomiendo con todo
entusiasmo, con toda convicción.
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