Alicia Salinas

     1.     ¿Dónde escribís?

Donde puedo. Prefiero hacerlo en mi casa porque estoy tranquila, incluso para lidiar con mis demonios, como un animal en la soledad y la intimidad de su cueva. En tensa armonía, con la posibilidad de recurrir a libros, anotaciones, fotos, objetos personales que alienten y alimenten eso que pasa y algunos llaman proceso creativo. Si tengo la necesidad, acaso la urgencia, de escribir en otro escenario, acometo sin duda la tarea. Para ello apelo a las últimas hojas de mi cuaderno del trabajo o a algún papel suelto. A veces se trata sólo de palabras, imágenes, frases o ideas sueltas que con el tiempo pueden pasar a integrar un poema.

     2.     ¿Trabajás en computadora o a mano?

De las dos maneras. A mano escribo en cuadernos de hojas blancas y lisas, sin renglones ni márgenes, como si me hiciera falta ese espacio de libertad absoluto que va a llenarse con el poema. Más tarde transcribo los textos a la computadora, y en ese pasaje seguro les hago algún cambio, por lo tanto allí están las versiones finales. Corrijo sobre estas versiones virtuales, no sobre las manuscritas.

      3.     ¿Escribís todos los días?

No, antes escribía a borbotones y ahora lo hago si preciso expresar algo fuerte, intenso, indefinible. Como decía Juan Manuel Inchauspe: “Cuando a la ciega e imperiosa / necesidad de escribir algo se opone/ la ausencia absoluta de la palabra / sé que estoy en el verdadero camino”. Eso en el terreno de la poesía, de por sí más libre y caótica. La narrativa y la dramaturgia son diferentes en cuanto a la dedicación, la disciplina, el proceso de armado y seguimiento de las líneas argumentales y las tramas.

      4.     ¿Cuánto tiempo le dedicás?

Seguramente no todo el que querría por otras obligaciones pedestres que me distraen… De todos modos estoy convencida de que escribir es la consumación de la experiencia poética y que por tanto todas las acciones vitales que podamos desarrollar, y sobre todo la lectura de nuestros pares y de nuestros predecesores, son parte más temprano o más tarde del proceso de escritura y de traducción de esa experiencia poética particular.

     5.     ¿Algún ritual, costumbre o manía a la hora de sentarse a escribir?

No tengo rituales para escribir, escribir ya es un ritual…

      6.     ¿Cuándo das por terminado un texto? ¿Qué recorrido emprende ese texto?

Escribo y re-escribo todas las veces que sea necesario hasta que siento que el poema está cerrado. Claro, a veces esto lleva años o toda la vida y nada nos asegura que lo hayamos logrado. De todas maneras, hay poemas que claramente aparecen “listos”, o a los que uno sabe que ya no se les puede sacar más el jugo. A otros textos es necesario darles tiempo. Cuando estoy segura (o no demasiado insegura) los hago públicos. En definitiva el poema se completa en la mirada del otro.

      7.     ¿Qué relación tenés con tu biblioteca?

En mi casa tengo dos bibliotecas y media, casi tres, sin contar los libros que pululan por todos lados pendientes de ser leídos… Quisiera vivir siempre entre libros porque los necesito, necesito volver a ellos de vez en cuando. Aunque Internet es también una gran biblioteca donde puede encontrarse un poema sólo a partir de un verso, de una palabra clave.

     8.     ¿Qué libro te gustaría leer?

Una antología de poetas griegos, por suerte me la regalaron para mi último cumpleaños.

      9.     ¿Qué cinco libros no pueden faltar en tu biblioteca ideal?

      Las obras completas de Montale, de Pavese y de Federico García Lorca (estos últimos en todos los géneros que han escrito). Si cada una de estas monumentales obras entraran en un volumen, aún me faltarían dos libros. Que sean “La peste” de Albert Camus y “Los miserables” de Víctor Hugo.

      10.  ¿Cuáles son los autores/libros que te parecen más sobrevalorados y cuáles los menos valorados?

Nunca me guié por las modas para elegir las lecturas. Como dice la frase, atribuida a más de uno: “Para novedad, los clásicos”. Hay autores que por distintas circunstancias son silenciados, cuya obra no circula, como le ha pasado a Francisco Urondo, por ejemplo, y otros a los que en su momento se ignoró y más tarde fueron rescatados, como Juan L. Ortiz. Como lectora de poesía encuentro que hay de todo, con algunas cosas me identifico más y con otras menos, pero prefiero pensarme más como hacedora que como crítica o inspectora de la buena literatura.

      11.  ¿Qué relación tenés con la inspiración?

No lo pondría en esos términos, en cambio puedo afirmar que en determinados momentos siento la necesidad, el deseo, la pulsión de escribir. No siempre es algo automático o repentino, muchas veces se trata de una cuestión reflexiva,  como una fruta que se va macerando. Finalmente aparece el poema, lo cual no quiere decir que sea ésa la versión final: después viene el proceso de corrección, de limado, la hora en que el artesano emprolija su cacharro de arcilla o el jardinero poda sus plantas y le quita las hojas amarillas, todo lo que sobra. También para llevar a cabo este procedimiento es preciso entrar en cierto estado de gracia… acaso eso sea lo que otros llaman inspiración.

      12.  ¿Cuándo una persona se convierte en un buen lector?

Me parece que no se trata de una categoría que se alcanza y con la cual uno debe conformarse, como se cristaliza en un diploma el haber terminado una carrera o un curso. ¡El lector lo es todo el tiempo en la medida que lee! Para eso se necesitan por lo menos dos cosas a la vez: deseo y tiempo.

Experiencias o impresiones de escribir estimulado por alguna sustancia o estado de conciencia alterado

No soy creyente de la escritura catártica, fruto del mero juego, la experimentación o el espontaneísmo. Si bien hay sustancias o estados que nos alteran, no necesariamente es bajo sus efectos que sacamos lo mejor de cada uno. 

¿Nos mostrás tu biblioteca y tu lugar de trabajo?




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