1- ¿Dónde
escribís?
En todas las casas en las que viví desde que
me mudé solo, siempre tuve una habitación destinada a leer y escribir. Ahora ya
no vivo solo, pero todavía tengo ese espacio.
2- ¿Trabajás
en computadora o a mano?
Computadora. Cuando empecé intenté con una
máquina de escribir de mi padre, una Olivetti Lexicon 2000, pesada como un
tanque Sherman. No sabía —ni sé— dactilografía. Con la mano izquierda me
defendía bastante bien; pero todas las letras que caían bajo el dominio de la
mano derecha me salían erradas o grises, sin fuerza. Además demoraba una
eternidad, y me molestaba no poder enmendar los errores inmediatamente, cosa a
la que ya me había acostumbrado en mi trabajo, porque ahí usaba computadora. De
puño y letra, imposible: mi manuscrita tiene fecha de vencimiento. Sirve para
apuntes rápidos siempre que sean decodificados como máximo en un mes, quizás en
dos. Después de ese tiempo ya no me entiendo la letra.
3- ¿Escribís
todos los días? ¿Tenés un horario fijo?
No y no, aunque hubo una etapa en la que —tras
ganar algo de dinero en cierto laburo— renuncié y me autobequé para escribir; por
entonces la respuesta a ambas preguntas era sí y sí. Lo que aprendí es que los
resultados, los textos, no siempre van de la mano de un sí o un no a estas dos
preguntas.
4- ¿Cuánto
tiempo le dedicás?
Escribo cada vez que puedo, que no suele ser
en mis horas de descanso, sino en mis horas de cansancio. Esto es muy
conveniente porque cada vez tengo más horas de cansancio.
5- ¿Algún ritual, costumbre o manía a la hora de sentarse a escribir?
Sin rituales.
6- ¿Cuándo das por terminado un texto? ¿Qué recorrido emprende ese texto?
No sé cuándo un texto está terminado. Sí sé
cuando yo estoy terminado, cuando
estoy acabado yo con el texto, cuando yo no doy más de mí para mejorarlo.
También varía un poco el trabajo de la novela en general con el de otras piezas
más breves. En la novela ver el todo es más difícil, requiere más tiempo, y ese
tiempo implica lecturas y relecturas que te van agotando. Es importante cortar
antes de ese hartazgo, porque entonces uno todavía le guarda cierto cariño al
texto. Ese cariño motoriza, uno casi siempre lo proyecta ingenuamente en la
lectura hipotética que harán otros: “les va a gustar”. Y entonces sale con
alegría a buscar un editor. Como la alegría suele decaer durante esa búsqueda, muchas
veces aprieto el otro botón del buscador, “voy a tener suerte”: mando el texto a
algún premio. Casi nunca pasa nada, pero cuando pasa es muy estimulante. Finalmente,
por algún camino, no siempre el mejor ni el más fácil (y en el que el texto
sigue siendo revisado), llega el editor y después el libro, ¡oh, el libro!, qué
lindo: un libro.
7- ¿Qué
relación tenés con tu biblioteca?
La quiero, pero cuando escribo le doy la
espalda (literalmente) porque distrae. Durante casi una década no tuve
biblioteca propia; fue la era de las mudanzas y los viajes. En la mochila un
libro es un gran compañero mientras todavía no lo terminaste… después, es peso
muerto que cargar. Así que en esa época insistía en repetir errores garrafales,
como canjear libros buenos o devolver los prestados. ¡Me deshacía de los libros!
Al menos anotaba cuáles había leído y en qué orden; esa lista era mi biblioteca.
Gracias a ella después recuperé varios. Ahora tengo una biblioteca de verdad
(verdad = madera). A los muebles los diseñé yo mismo, para que puedan ser
modulares y que el conjunto se vaya ampliando con el tiempo sin perder
uniformidad. Igual no creo que llegue nunca a ser una biblioteca grande por
aquel bache adquisitivo de diez años, y también por la llegada del e-book, que contribuye un poco a
moderarla. También porque tras leer Los
demasiados libros de Gabriel Zaid, creo que me volví más mesurado en la acumulación
de letra muerta. Trato de no convertir mi biblioteca en un cementerio vertical
de libros no leídos.
8- ¿Qué
libro te gustaría leer?
Literatura que hable de nosotros, no de sí
misma. Cualquier libro que me muestre lo mejor y lo peor de existir, para
finalmente confesarme, como Miguel Abuelo: “Más allá de toda pena / siento que
la vida es buena hoy”. O sencillamente un libro alegre (¿por qué es más difícil
escribir una novela alegre que una canción alegre?). Si conocen alguno así,
mándenme un correo.
9- ¿Qué
cinco libros no pueden faltar en tu biblioteca ideal?
Son muchos más de cinco… como mínimo, éstos: http://elpezvolador.wordpress.com/tag/biografia-literaria/
10- ¿Cuáles son los autores/libros que te parecen más sobrevalorados y cuáles los
menos valorados?
Uno lee, por ejemplo, esto que Bolaño escribió
sobre su (evidentemente gran) amigo Andrés Neuman: “Tocado por la gracia. Ningún buen lector dejará de percibir en sus
páginas algo que sólo es dable encontrar en la alta literatura, aquella que
escriben los poetas verdaderos. La literatura del siglo XXI pertenecerá a
Neuman y a unos pocos de sus hermanos de sangre”. Uno sale corriendo a leer
un libro de Neuman y se pega de frente contra, por ejemplo, la infumable novela
didactista Una vez Argentina. Entonces
se da cuenta de que la inflación es un mal que no sólo aqueja a los argentinos.
Una obra mal valorada —por Beatriz Sarlo concretamente—
me parece que fue la novela keres cojer?
= guan tu fak, de Alejandro López. A
mí me parece un librazo, con una narración súper bien construida. Pero bueno,
la de Sarlo tampoco fue la única opinión sobre ese libro, otras sí lo valoraron
positivamente.
11- ¿Qué relación tenés con la inspiración?
Es fundamental. Si no inspiro, expiro.
12- ¿Cuándo una persona se convierte en un buen lector?
Cuando ha leído lo suficiente como para
desarrollar un gusto propio, sin vacas sagradas ni respetos automáticos. Ahí ya
puede establecer un juicio personal, valorar cada libro que tenga entre las
manos basándose siempre en más de una interconexión con otros libros que ha
leído antes.
Bonus Track:
-Experiencias
e impresiones de escribir estimulado por alguna sustancia o en un estado de
conciencia alterado.
Hubo un verano, a los veintidós o veintitrés años,
en que antes de salir a bailar a una disco o un pub, preparaba la máquina de
escribir con una hoja en blanco. Cuando volvía a casa, sin importar el estado
en que estuviera o el cansancio que sintiese, me sentaba a tipear en esa hoja.
Asociación libre de ideas, sin parar, hasta que la hoja cayese del rodillo. A
veces la mamúa era tal que la hoja se caía y yo seguía tipeando un buen rato
sin darme cuenta, el relieve de las letras impactando en el rodillo vacío. Era
la época en que leía a Bukowski, supongo. Conservo las hojas de esos “Regresos”:
ninguna vale la pena como texto, pero son un lindo recuerdo de una etapa
inicial donde el acto de escribir en sí mismo ya implicaba cierta disciplina,
cierta fe, cierto juego, y nunca dolor o sufrimiento.
¿Nos
mostrás tu biblioteca y tu lugar de trabajo?
Sí, precisamente a los mejores libros los
guardo en mi lugar de trabajo, acá está:
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