Gervasio Monchietti

1-¿Dónde escribís?

En mi casa, mayormente, porque es donde paso más tiempo.
En cuadernos y papeles. Aunque estoy tratando de usar cada vez menos papeles sueltos. Tengo una tendencia a perderlos.

Escribo donde me siento como en mi casa. Me resulta fundamental encontrarme con gente, a charlar sobre el trabajo, el placer, el deseo, los sueños, las manías, las tristezas, las contradicciones.

2- ¿Trabajás en computadora o a mano?

Ambas. Y últimamente incorporé llevar conmigo un grabador. No para hacer catarsis. Si no porque a veces me olvido de llevar un cuaderno. Y además, porque es una práctica que traigo del periodismo. Hoy, el ideal para mí es un cuaderno y un grabador.   

3- ¿Escribís todos los días? ¿Tenés un horario fijo?

Desde hace unos meses escribo casi todos los días, sin pensar qué es lo que estoy escribiendo. Muchas veces, un poco por intuición -no sé bien cómo explicarlo- empiezo a aplicar sobre los textos cosas que fui aprendiendo en talleres, lecturas y conversaciones con amigos. No me pongo horarios. Soy bastante desorganizado. Tengo muchos archivos word que ordeno con poca disciplina.

4-¿Cuánto tiempo le dedicás?

Es variable. Depende mucho del contexto y de cómo me sienta. Sobre todo si me siento alegre, en paz. Estando triste también se escribe, pero yo siento que no sale lo mejor ahí. Al menos a mí no me sale. Tengo bocha de poemas y textos sueltos de otras épocas más complicadas, más tristes, donde veía poco, y no me reconozco ni me siento con ganas de compartir eso.

5- ¿Algún ritual, costumbre o manía a la hora de sentarse a escribir?

El silencio. Soy muy desorganizado, insisto. Y a veces hablo demasiado, y escribo para no volarle los pelos a la gente que me quiere y que quiero. Entonces, hago un ejercicio: me aparto y me pongo a anotar, o –últimamente- le hablo al grabador.
El silencio también puede ser una música, suave, que acompañe el momento. Estar cómodo y sentir que hay algo para decir. Incluso para decirme a mí mismo.

6- ¿Cuándo das por terminado un texto? ¿Qué recorrido emprende ese texto?

Siento que tengo como capas. La primera pregunta que me hago es “¿quiero compartirlo?”. Si lo quiero compartir ya es porque creo que hay algo que merece ser compartido. Compartirlo implica abrirlo a sugerencias, críticas, comentarios. Todo lo que le pase al texto, si viene de alguien que me escucha con atención, con amor, con ganas, lo tomo o no, pero lo escucho con mucha atención.
Una vez Ricardo Guiamet me hizo una devolución en una lectura. Fue hermoso. Él detectó algo de un texto, algo puntual que a mí no me cerraba, y lo saqué. Después de compartirlo, en lecturas en público o en privado, empiezo a juntarlo con otros textos. Esa parte es la que me parece más interesante y compleja, al menos hoy. Ahí es donde siento a veces la necesidad de un editor externo.
Con “3 cilindros”, mi segundo y último libro, tuve el apoyo de alguien con quien comparto mucho afecto y diálogo, Fernando Callero, y él me ayudó a “ver” que podía haber un libro. Por eso a veces siento que me gusta que me edite otra persona. Me veo tentado a decir que el texto termina cuando está en el libro. Pero no sé.
Siento que el texto podría ser reescrito por otro, incluso por mí, que –en virtud del tiempo y las relaciones- también soy otro distinto del que era hace tiempo.
Pero bueno, creo que también hay que aceptar y disfrutar que los lectores se encuentren con un libro, sin conocer a Gervasio, ni a tropofonia, ni a diatriba, y ese es el texto terminado para ellos. 
Me encanta que haya ese tipo de lectores, casi nuevos para la poesía, que jamás se imaginaron que la poesía podía ser vitalista. Y digo vitalista porque la palabra “alegría” (que me encanta) genera equívocos. Lo resumiría con una canción que conozco por Maria Bethania que se llama Buen día tristeza. Eso es poesía vitalista para mí. (1)

7- ¿Qué relación tenés con tu biblioteca? 

Mi biblioteca, como todas, son un conjunto de libros. Me entretienen a la noche, los comparto, tengo una manía casi compulsiva de leer con otras personas y compartir los textos que me movilizan. A veces me vuelvo, incluso, un poco insoportable con eso.

Antes era muy maniático con cuidarlos y acumular. Me gusta una frase de Susana Villalba, en un ensayo llamado “El vacío del bostezo” (2), dice: “Hay más espacio en mi casa cuantos más libros hay”.  

Pero ahora estoy envejeciendo, me estoy volviendo un poco más simple y pragmático. Entonces me doy cuenta que son muchas cajas a la hora de mudarse, que hay muchos que no releo, y trato de conservar los libros que me sirven para armar mapas, conectar lecturas, releer y a veces escribir. Los libros que siento me ayudan a vivir mejor. Eso.

Me gustan los textos que tienen bibliografía. Porque todo lo que escribimos tiene una tradición, o hay alguien que ya anduvo por la zona en la que estamos. Entonces la lectura funciona como una pequeña investigación casera.

Además, estoy gastando menos dinero en libros, me prestan, intercambio. Me gusta que mi biblioteca sea casi pública. Aunque no me gusta perderlos. Claramente, sobre todo algunos libros a los que vuelvo, que me salvan una noche.

No tuve biblioteca en mi casa de San Genaro, donde viví hasta los 18. Al menos no una gran biblioteca. No había librerías. En eso Rosario me parece un lugar hermoso. Muchas librerías de viejo, muchos libreros, sobre todo de usados, con quienes te podés pasar una tarde charlando de tu biblioteca o de tu perro o de un autor.

Mi biblioteca es como mi sala de entretenimiento. Trato que sea un lugar sensible.

8- ¿Qué libro te gustaría leer?

Me gusta leer un libro que me resulte vital. Es decir, muchos. Y para cada día puede ser uno distinto. Me gustaría leer siempre un libro que me meta en un universo pequeño y cargado de sentido, en relación a lo que estoy viviendo, o lo que está viviendo la gente que tengo cerca.

Trato de aproximarme a esa idea con estos ejemplos: 

a) Cuando estoy triste, o pensando mucho en el amor y el desamor, leo a Idea Vilariño o Jaime Sabines. Entre muchos otros que podrían ser.

b) En Mendoza compré, entre otros, tres libros: un refranero español, un libro que cruza psicoanálisis y antropología: Magia y esquizofrenia. Y uno sobre Experiencias de gestión de proyectos culturales.

El primero porque es lo que la gente dice, y que con el tiempo se vuelven frases hechas, y porque tienen que ver con la creatividad y la picardía. Es muy divertido y aprendo mucho.

El de magia y esquizofrenia porque estuve  haciendo esquizoanálisis, y porque habla de la magia y de cómo las tribus de distintas partes del mundo usaban la palabra para crear sentido, para modificar cosas. Y porque es un modo de continuar mis lecturas sobre Deleuze, en torno a “Capitalismo y esquizofrenia”.

El tercero para regalarlo. A la Ceci Ulla, porque ella da un curso de gestión de proyectos. Y para seguir dialogando sobre eso. Y porque además empecé a hacer su curso. Y es algo en lo que me estoy ocupando hoy día.

Me gusta poder encontrarme así con los libros: a partir de un momento de atención individual y colectiva.

9- ¿Qué cinco libros no pueden faltar en tu biblioteca ideal?

No puedo pensar en una biblioteca ideal. Pero trabajo bastante en no estar cerrado, en no hacer cánones (no es mi trabajo) y leer todo. Todo lo que me hable.

Podría mencionar cinco libros que me gustaron mucho en los últimos tres años:

-La obra reunida de Alfredo Veiravé, en tres tomos.
-Los 7 Cuadernos de Lengua y Literatura, de Mario Ortiz.
-Al rayo del sol. La obra reunida de Fernando Callero.
- La obra reunida de Ricardo Zelarayán.
- Cuadernos de Viaje, de Heinrich Heine.

Eso es variable, relativo, y contingente. Por ende, quedan cosas afuera.

10- ¿Cuáles son los autores/libros que te parecen más sobrevalorados y cuáles los menos
valorados?

En poesía me parece poco valorada la obra de Alfredo Veiravé, sobre todo a partir de su cuarto libro llamado Puntos luminosos, del año 71. Me parece un autor a revisitar.

Y me parece desvalorizada la noción de autopublicación. Es decir, hay una tendencia a creer que autopublicarse es negativo, es uno más de los tantos prejuicios que cargamos, sobre todo los que estamos aprendiendo a editar.

El problema no es, estrictamente, que cualquiera pueda publicarse. Creo se convierte en un problema en dos instancias: por un lado, cuando se autopublica para alimentar el ego, eso puede generar, no siempre, una intención de colocarse, una ansiedad de escribir para publicar todo, que no siempre es positiva.
Insisto, a veces sí, son los ritmos de cada uno, hay que estar atento a eso. En una entrevista con Hugo Gola aprendí eso: le pasé mi primer libro (que después fue Trincheta), con un montón de textos pedorros, pero que yo pensaba que iban en ese libro. Él me respondió que esperara, que había cosas muy buenas, pero que al libro le faltaba. Y tenía razón. No funcionaba bien el conjunto y menos mal que le saqué poemas que eran horribles.

Muchas veces precisamos ayuda con los textos. Cosas que no nos cierran, que sentimos que no están cerradas pero no nos damos cuenta.

Editar es un trabajo hermoso y delicado: entre intuitivo y racional, pero fundamentalmente es un acto comunicativo y afectivo.

Por eso muchos editores independientes insistimos con conocer al autor, dialogar y trabajar casi a la par. Es una relación de mucha confianza que se construye. Por eso mucha gente no entiende cuando le tenés que decir que no a un texto. Uno no dice que no sólo a un libro porque no le gusta, a veces sí, pero hay otros elementos en juego: por ejemplo, muchos autores no están dispuestos a dialogar sobre su libro ni a esperar los tiempos que a veces manejamos en las editoriales pequeñas, que tienen un componente afectivo que en otras editoriales, que están pensadas como empresa, con un fin de lucro excesivamente alto, no se percibe. Y no juzgo eso. Es legítimo. Nosotros tratamos de hacer las cosas de otra manera. Nada más. Sin renegar de lo que ya existe.
Nosotros también queremos publicar y vender libros. Pero en relación a algo: a sostener el proyecto, principalmente, y a que el autor se sienta bien con su libro, cómodo, en relación con ese proyecto editorial.

Completo mi experiencia de autopublicación y de publicación por otro. Cosa que me pone contento porque puedo ponerme en los dos lugares: qué me pasó autopublicandomé y qué me pasó cuando me publicó otro:

En el año 2010 me quebré un pie. Soy muy ansioso e inquieto. Entonces, yo ya venía encuadernando, conocí el proyecto de editorial Funesiana (3) y para no quedarme en la cama, porque mi humor hubiese afectado seriamente a otras personas, y para probar un formato:  saqué Trincheta. Hice 50 ejemplares y los presenté en el ciclo de Ale Mendez: poetas del tercer mundo. Y en la FLIA.

Hoy veo ese libro, y veo varias cosas que no me gustan. Que hubiera estado bueno que alguien me ayude. No reniego, le tengo afecto a ese libro porque habla de mi abuela. Que es fundamental en las cosas que hago hoy.
Pero insisto: habría que hacer una pequeña investigación de autopublicados: Juan L. Ortiz se autopublicaba y Filloy también. No estoy diciendo que haya juaneles y filloles por todos lados, digo que la autopublicación también tiene su historia. Y estaría bueno conocerla. En ese sentido recomiendo el libro “Estas primeras tardes y otros poemas para la revolución”. Que compiló Agustín Alzari, y salió por Serapis, una editorial de Rosario que es un lujo.
Ayuda a entender quién era Juanele, con quienes leía, con quienes se juntaba, por qué escribió lo que escribió y por qué hoy es quien es. Y comenzó haciendo sus propias publicaciones en imprentas de amigos.

Sobre la sobrevaloración no me siento cómodo para hablar. Cada uno debe hacer su propio mapa de lectura. Sí me parece que en general la gente sobrevalora demasiado los textos de autoayuda. Yo tuve debates con una ex en este sentido. Es decir, lo respeto y no le digo a la gente “no leas esto”. Pero me encantaría sugerirle cosas, invitarlos a leer otras cosas.

Por ejemplo: que lea más a Spinoza y a Bergson. Que lea más poesía. Poesía china, latina, inglesa, argentina. Que pueda ver que hay una conexión muy zarpada entre la poesía y su vida. Entre la filosofía y su vida. Entre la narrativa y su vida.
Incluso que aprenda a escribir sus propios textos de autoayuda. No que los autopublique, no que piense en términos de “voy a ser escritor”,si no más en términos “voy a jugar a escribir”. Como cuando en la escuela decimos “Hoy es un día de sol”. Así.

Como dice Leo Maslíah: A quien más ayuda un libro de autoayuda es al autor del libro.

11- ¿Qué relación tenés con la inspiración?

La inspiración, al menos hoy día, la estoy viviendo como un estado de armonía,  predisposición y conexión con otras personas, contextos, situaciones, como un estado de atención previa.
Ahí me inspiro un poco. Y entendí algo que me respondió Héctor Tizón en una entrevista “uno no debería preocuparse por ser buen escritor, si no por ser buen vecino”. Esa frase me costó mucho tiempo entenderla. Pero va por ahí. Y en otra entrevista, Orlando Van Bredam hacía foco en “instalar la literatura como un juego”.
Una vez me compré un libro llamado “El bloqueo del escritor”, creyendo que me iba a destrabar leyendo ese libro de “autoayuda”. Debería releerlo, ni siquiera recuerdo bien qué dice. Pero creo que el bloqueo empieza cuando te sentás con la idea de escribir literatura, eso mata la inspiración, porque básicamente mata la sinceridad.

Levrero dice algo muy lindo, que no puedo citar literal ahora porque no encuentro el libro en mi biblioteca, el libro se llama “Conversaciones”: la mayor libertad para escribir, y mucho rigor para corregir.

12- ¿Cuándo una persona se convierte en un buen lector?

Es una pregunta que cada uno debe responder a su manera. No sé qué es un buen lector. Me gusta algo que dice Deleuze: que existen pocos autores, para cada lector, a los que se vuelve, como un grupo pequeño de autores con los cuales uno establece una conexión, y los relee, y los reescribe a veces. Creo que encontrar esos autores es un lindo ejercicio para un buen lector.

Bonus Track:
-Experiencias e impresiones de escribir estimulado por alguna sustancia o en un estado de conciencia alterado.

Siguiendo con todo lo dicho, cuando escribimos estamos estimulados, de por sí. Por la inspiración, o cómo se le llame. Por una fe en algo que no puedo explicar. Que trato de entender como fe en que necesitas escribir eso, sacarlo y ordenarlo. Es como construir otros puntos de vista. Cabral de Melo Neto dice esto:
Soy un poeta intelectual, no un poeta lírico. Soy un poeta constructor, constructivista, y no un poeta espontáneo. Un poeta artificial y no un poeta natural, visual y no auditivo. [...] Para mí la poesía no es una válvula de escape, es el deseo de construir algo que no tenga nada que ver conmigo. Escribí hace tiempo lo siguiente: Salgo de mi poema / como quien se lava las manos. Pienso que existen dos tipos de escritores: aquel que escribe por exceso de ser, porque lo desborda su problemática, para quien el texto es un desangrarse. Y el otro, el que considera el poema como una muleta. Creo que pertenezco a esta segunda familia. Una persona que no tiene una pierna y usa la muleta para compensar la pérdida. Escribo por carencia de ser y no por exceso”
Entonces, hace dos años que fumo cigarrillos. Cigarrillos comunes. Que son una droga. Encima fumo convertibles (4): me explicaron que el convertible o mentolado hace que por un lado el pulmón se abra con el mentol, y por otro se cierre con la nicotina. 
Muchos amigos y poetas dejaron de fumar cigarrillos comunes. Cada tanto fumo porro o flores. Eso no genera adicción, a veces tengo, a veces no, a veces me dan un poquito los amigos que cultivan. Me gustaría aprender a plantar: no gastaría dinero en cigarrillos, fumaría en forma medida, para relajarme. En lugar de ver Tinelli, o hacerme mala sangre con Racing, yo fumo cada tanto un porro, o salgo a correr o ando en bici. Son muletas inofensivas que liberan la mente. Nada más.
Y es muy importante rodearse con amigos. Muchos de mis amigos, en vista del estado de verborragia (léase: estado que en mí decanta en querer escribir) me dicen “nunca consumas merca”. Y les hago mucho caso. No me interesa la merca. Ni el comercio de la merca. Ni cómo se pone la gente que consume merca. Porque lo veo. Y son zonas muy oscuras. Yo le recomiendo a mi vieja deje el cigarrillo y plante flores.
Es simple. A mí me gustaría aprender a hacer una huerta. Y además de tomates y lechuga tener flores. Entonces cada tanto fumar flores. Eso, en un contexto de vitalidad. Funciona. Y es mucho menos dañino que el cigarrillo, el exceso de alcohol. Es como poner el foco no en “ay, los que empiezan con porro terminan en la merca”. Yo creo que a los jóvenes se los está subestimando mucho. Creen que hablamos del porrón y del porro porque hacemos apología. En mi caso no me interesa escribir sobre el porro. Pero estoy convencido que, en muchos casos, no es una apología si no una búsqueda de regímenes de libertad nuevos.
A ver, concretamente: yo me vuelvo más sensible cuando fumo. Le digo a mis amigos que los quiero, puedo hablar del amor, de mis sueños, de mis deseos. Y tengo claro, también que no es una “herramienta para escribir”. Eso es lo que hay que distinguir, al menos yo trato de hacer eso. Si me generara una adicción, básicamente dejaría de escribir. Porque ahí sí sería un drogadependiente.
El problema es lisa y llanamente la dependencia de algo que destruye tu cuerpo, que te conecta con la tristeza y no con la alegría.
Ahora por ejemplo, estoy tomando menos alcohol y mucho agua. Es escuchar al cuerpo y aprender todo el tiempo. Y espero pronto dejar el cigarrillo, el común. 

¿Nos mostrás tu biblioteca y tu lugar de trabajo?










2)    Fronteras de la escritura. Apuntes sobre espacio y tiempo en poesía.  Bajo la luna, 2008.

3)    Editorial Funesiana: proyecto editorial unipersonal llevado adelante por Lucas Olivera, que consiste en hacer tiradas de 50 ejemplares, de libros encuadernados a mano. Sin cobrarle al autor. Y el autor se lleva el 10 % de los ejemplares. Sinónimo: El Ombú Bonsai y Tropofonia (Rosario), entre otros.


4)    Cigarrillo convertible: cigarrillo que tiene, oculta en el filtro, una bolita de mentol, y que  en la superficie exterior lleva una inscripción: un botón similar al de la cpu de una computadora. Cigarrillo que, si usted aprieta el botón de la cpu, exhala un aire fresco de mentol. El aire fresco llamado mentol produce una sensación refrescante en la boca y una sensación contradictoria en el pulmón. 

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