Martín Sancia



1-¿Dónde escribís?

No tengo un lugar fijo, escribo en donde pueda, pero me gusta más escribir en mi casa.

2- ¿Trabajás en computadora o a mano?

Cuando escribo literatura infantil generalmente lo hago a mano, con una lapicera de pluma y tinta negra (no me gusta la tinta azul). Si escribo para adultos, directamente uso la notebook. Aunque a veces cedo a la promiscuidad y escribo en la notebook textos para chicos y a mano textos para adultos.

3- ¿Escribís todos los días? ¿Tenés un horario fijo?

Trato de escribir todos los días, pero no siempre lo consigo. Como durante el día laburo, no me queda otra que escribir de noche o de madrugada. Aunque, si me dan a elegir, prefiero escribir de día. Pero nunca me dan a elegir esa posibilidad. 

4-¿Cuánto tiempo le dedicás?

Todo el tiempo, aunque no esté escribiendo.

5- ¿Algún ritual, costumbre o manía a la hora de sentarse a escribir?

Mi única manía es que haya ruido. No puedo escribir en silencio. El insomnio que padecí desde muy chico hizo que le tuviera una profunda aversión al silencio y a sus secuaces. Me muero de miedo si no hay algo haciendo ruido por ahí.

6- ¿Cuándo das por terminado un texto? ¿Qué recorrido emprende ese texto?

Una vez que termino de escribir un texto dejo pasar un tiempo antes de darlo a leer. A veces dejo pasar tanto tiempo que me olvido de haberlo escrito (me pasó con una novela corta y con algunos cuentos). Generalmente se lo paso mi mujer (confío mucho en su lectura) que, en ocasiones, me sugiere algún cambio, o se lo paso a mi compadre, Diego Meret. Antes también le pasaba mis textos a una escritora que es una suerte de maestra y de hermana mayor para mí, Ratón Maciel, pero ya no le paso más nada porque se hartó de leerme, y la entiendo, pobre.

7- ¿Qué relación tenés con tu biblioteca?

En realidad no suelo darle importancia a la biblioteca. Mi interés pasa solo por los libros. Durante muchos años (en los que me mudaba a cada rato) los tenía en cajas, apilados en el suelo, o en bolsas negras de consorcio. Recién ahora, que estoy más sedentario, tengo una biblioteca. Pero es muy chica y entra solo un diez por ciento de los libros que tengo. El resto sigue en cajas y bolsas que conozco de memoria, y que me siguen resultando sumamente prácticas.

8- ¿Qué libro te gustaría leer?

Me recomendaron fervorosamente “Postales de Río”, de Martín Doria, pero la busqué en varias librerías y está agotada. Ahora hay un librero que me la prometió, así que espero que no se quede en “chamuyo”.

9- ¿Qué cinco libros no pueden faltar en tu biblioteca ideal?

Voy a nombrar seis: El Quijote, las obras completas de Borges, las obras completas de Onetti, el Adán Buenosyares, Alicia en el país de las maravillas y El palacio de las bellas durmientes, de Kawabata. Y, por supuesto, agrego también todos los libros que escribieron mis amigos.   

10- ¿Cuáles son los autores/libros que te parecen más sobrevalorados y cuáles los menos valorados?

Voy a hablar solo de los libros que considero poco valorados. Hubo uno que a mí me marcó en mi adolescencia, y que me parece una gran novela: “La curva de la risa”, de Daniel Ares. Fue uno de los libros más divertidos que recuerde. Lo leí a los 19 años y me impactó tanto que hasta repetía frases y latiguillos de los personajes. Y digo que fue poco valorado porque la crítica no le dio demasiada bolilla, y nunca se volvió a reeditar. La novela cuenta la historia de un grupo demencial que se dedica a la organización de viajes de egresados a Bariloche. El resultado es maravilloso, increíble. E inolvidable.   

11- ¿Qué relación tenés con la inspiración?

Lo que suelo hacer es escribir mucho, buscando que la inspiración aparezca. Y, por lo general, no aparece, pero pude escribir igual.  

12- ¿Cuándo una persona se convierte en un buen lector?

Cuando lee a pesar de todo.

Bonus Track:
Experiencias e impresiones de escribir estimulado por alguna sustancia o en un estado de conciencia alterado

En una época viví en Lanús Oeste, en una casa abandonada que no tenía luz ni gas. Quedaba en la calle Catamarca al 900. Según me decían los vecinos, la casa tenía fama de embrujada, por eso no la habitaba nadie. Por alguna razón, yo (que no me destaco por mi valentía) una madrugada la usurpé con ayuda de un amigo y fue mi casa durante un año, más o menos. Escribir ahí, iluminado por velas mientras escuchaba pasos, cosas que se caían, puertas que se cerraban, el inodoro que se descargaba solo… (entre otras miles de cosas que sucedían) fue lo más extraño que me pasó hasta ahora (en cuanto a escritura se refiere, claro). Jamás volví a escribir con la conciencia más alterada que en esas noches de 1996/1997.





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