1-
¿Dónde escribís?
Cuando
tengo alguna idea que me da vueltas en la cabeza, escribo donde sea, en un bar,
dando clases, en un ómnibus, pero habitualmente escribo en mi casa.
2-
¿Trabajás en computadora o a mano?
Primero
siempre a mano, con lápiz (tengo distintos tipos, pero en su mayoría tienen
mina blanda, B o 2B), en cuadernitos de diferente clase y especie (viejos, con
hojas rayadas, lisas, ajados, nuevos, de algún museo), en papeles sueltos que
van de acá para allá, a veces en las páginas en blanco del libro que estoy
leyendo, esas que están antes del colofón de imprenta. Luego, esos escritos
pasan a un archivo digital cuando ya sufrieron muchas reescrituras a lápiz.
3-
¿Escribís todos los días? ¿Tenés un horario fijo?
Lamentablemente
no tengo el ejercicio de la escritura diaria.
4-
¿Cuánto tiempo le dedicás?
Cuando
no tengo nada que escribir le dedico todo el tiempo y cuando tengo algo que
escribir todo el tiempo no me alcanza.
5-
¿Algún ritual, costumbre o manía a la hora de sentarse a escribir?
Antes:
mate y cigarrillos, y muchas idas y vueltas, y desvíos, porque el sentarme a
escribir generalmente me expulsa. Ahora: sin cigarrillos, poco mate, y galletitas,
café, jugo, chocolate, agua, vueltas y vueltas, y más vueltas…
6-
¿Cuándo das por terminado un texto? ¿Qué recorrido emprende ese texto?
Está
terminado cuando no tengo nada más que corregirle y me interesa publicarlo,
porque tengo unos cuantos “poemas” que no admiten una corrección más pero son impublicables
(en esos casos no serían poemas, ¿no?).
7-
¿Qué relación tenés con tu biblioteca?
Mi
biblioteca es una composición extravagante: libros que me fui apropiando de la casa
de mis padres, libros que compré en librerías de usados, de saldos, libros
nuevos, otros nuevísimos que aún no leí, libros de danza, de filosofía, de
narrativa, de crítica literaria, libros de arte, de psicoanálisis, novelas,
ensayos, libros de poesía y varios diccionarios (de latín, etimológico de
español y de francés, de ideas afines, de sinónimos, de rima, de retórica; una
edición de 1911 o 1912 realizada por Walter M. Jackson e impresa en Boston del Diccionario Enciclopédico Hispano-Americano
de Literatura, Ciencias y Artes, originalmente publicado entre 1887 y 1889
por Montaner y Simón de Barcelona). Esta biblioteca no hace más que llevarme a
lecturas fragmentarias, descentradas, dispersas, marcadas por la barbarie “cultural”
y el arrebato.
8-
¿Qué libro te gustaría leer?
Un
libro raro, algo exótico, que sea un fogonazo a la mente, que no me deje igual
después de haberlo leído. Creo que, en realidad, es un libro que me gustaría
escribir.
9- ¿Qué
cinco libros no pueden faltar en tu biblioteca ideal?
No
pueden faltar libros o autores sobre los que vuelvo una y otra vez. Como por
ejemplo, “El diálogo inconcluso” y “La risa de los dioses”, de Maurice Blanchot
(aunque las traducciones de los títulos de estos libros no sean las más fieles,
me gustan estas versiones); “El sexo y el espanto” y “La retórica
especulativa”, de Pascal Quignard; “Noche y día” y “El vespertillo de las
parcas”, de Arturo Carrera; “Poesía reunida” de Arnaldo Calveyra (la edición de
Adriana Hidalgo); libros de poesía de Paul Celan, Yves Bonnefoy, Edmond Jabès,
Juan L. Ortiz, Alberto Girri. “Madame
Bovary” de Gustave Flaubert; “Confabulario” de Juan José Arreola. Los
vanguardistas: “Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy”, de Laurence
Sterne y “Jacques el fatalista”, de Diderot. El tomo de las Obras
Completas de Borges (editado por Emece en 1989); un Diccionario etimológico de
la Lengua Castellana; “Lo neutro” y “La preparación de la novela”, de Barthes;
“Espejo de la luna”, de Saigyo; “La danza y el ballet”, de Salazar; “Hablo a
las paredes”, Lacan. Tampoco pueden faltar ejemplares de la revista “Paradoxa”,
comandada por Juan Ritvo, donde está lo mejor de la ensayística literaria argentina
(lamentablemente no tengo todos los números).
En
fin, no son cinco ni es ideal porque son libros que tengo en mi biblioteca, o
sea no sé responder la pregunta.
10-
¿Cuáles son los autores/libros que te parecen más sobrevalorados y cuáles los
menos valorados?
No
estoy al tanto de las cotizaciones del mercado. Solamente percibo, pero no es
exclusivo de la literatura, una valoración de los de 30 o menores de 30; es
como si estar en esa franja etaria fuese un valor en sí mismo para la
literatura, el arte, etc., etc., etc. Pero coincido con Yuyo Noé: “Una de las
cosas que he aprendido es que los viejos no pueden hablar de los jóvenes,
porque siempre se equivocan. Entonces, mejor me callo”.
11- ¿Qué
relación tenés con la inspiración?
Diría,
parafraseando a Tristan Corbière, no conozco a la inspiración, la inspiración
no me conoce. En todo caso, hablaría de cierta disposición hacia la escritura.
12-
¿Cuándo una persona se convierte en un buen lector?
Cuando
hay un olvido de sí, cuando hace que el libro se escriba, cuando borra al
autor, es decir, cuando un libro deja de ser ese objeto real y se impone eso
que es la lectura.
Bonus Track:
-Experiencias
e impresiones de escribir estimulado por alguna sustancia o en un estado de
conciencia alterado.
Siempre
me interesó la escritura en estados alterados de la razón, en los que la
conciencia participe bastante poco. En el comienzo de esa indagación hice lecturas
de los surrealistas y ejercicios de escritura automática, pero fundamentalmente
me pareció excepcional la escritura de Antonin Artaud que la llevó a un
torniquete lingüístico infernal.
Traté
de buscar momentos extremos de conmoción, muchas veces escribía apenas salía
del psicoanalista (en el umbral de una puerta) para no perder eso que
sospechaba era “la cabeza abierta”, o buscaba cierta alteración pasada una
determinada hora de la noche en que es difícil ya dormirse. Otras veces, luego
de largas horas de lectura de Nietzsche o Klossowski, o Wittgenstein o Kierkegaard,
en las cuales no hacía pie en ningún lado, pero persistente en ese estado de
incomprensión, me largaba a escribir embotada.
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