1)
¿Dónde escribís?
Escribo
en mi casa, en la habitación que he preparado para sentarme a esperar y
provocar el estado de escritura. (En mi caso, espera y provocación son dos
instancias que operan simultáneamente en esa ardiente paciencia de la
escritura: al mismo tiempo que se espera la aparición de la palabra, también se
la provoca.) En esa habitación tengo libros, cuadernos, biromes, lápices y
computadora, o sea, todo lo que necesito. Por más que he intentado, nunca he
podido escribir en bares, plazas, bibliotecas, playas, etcéteras, a no ser
algunas notas tomadas al azar y así, distraídamente. Me disperso enseguida ante
cualquier cosa o insecto que pase.
2) ¿Trabajás
en computadora o a mano?
Depende
del texto que esté escribiendo. Si es un texto narrativo, en computadora. Si es
un poema, a mano. Tiene que ver con el ritmo de escritura. En la poesía voy más
lento, necesito detenerme en una palabra, tachar, anotar otras opciones arriba
y abajo. Cuando escribo un texto narrativo, la computadora me permite “sacarlo”
más rápido. La poesía me implica en un vínculo más sensorial con la palabra, de
ahí la necesidad del trazo y de la huella. En la narrativa siento una distancia
mayor.
3)
¿Escribís todos los días? ¿Tenés un horario fijo?
No
escribo todos los días ni tengo un horario fijo. Sí trato de estar en la
escritura todos los días, aunque sea un rato, leyendo y releyendo textos en
proceso, mirándolos, oyéndolos. De todos modos, cuando estoy embarcado en un
proyecto concreto de libro o de serie de textos, la rutina se establece sola y
yo sólo tengo que permitir que la escritura gane la mayor y mejor energía
diaria.
4)
¿Cuánto tiempo le dedicás?
Cuando
estoy enfrascado en un texto le dedico todas las islas de tiempo que tenga
disponibles. Como no tengo un horario laboral fijo, tampoco tengo horarios de
escritura, así que esto varía mucho. Pueden ser sólo 2 horas por día o pueden
ser 6. Lo que sí ocurre es que apago y desconecto todas las convenciones de la
socialidad. Si estoy escribiendo trato de que no me interfieran demandas de
mascotas, amistades, parejas. También habría que aclarar que una cosa es el
tiempo “real”, físico, de sentarse a escribir; y otra cosa es el tiempo que uno
pasa rumiando el texto. Yo creo que todos los escritores, cuando no están escribiendo,
están procesando algo adentro, algo que es “escritura”. Por lo menos a mí me
pasa. En ese sentido podría decir que le dedico todo mi tiempo.
5)
¿Algún ritual, costumbre o manía a la hora de sentarse a escribir?
Si es
de día, mates, café y cigarrillos. Cada tanto, caminar mientras leo lo que va
saliendo. Ir a mirar por la ventana lo que se tenga a mano: árboles, gorriones
en los árboles. Si es de noche, alguna que otra copa de vino y cigarrillos. Cada
tanto, salir al patio a escuchar los espaciados ruidos de la noche. Vivo en una
pequeña ciudad del interior: esto es posible.
6)
¿Cuándo das por terminado un texto? ¿Qué recorrido emprende ese texto?
Cuando,
después de varias revisiones y reversiones, opera un efecto de lejanía con el
texto que me hace sentir, por momentos, que fue escrito por otro. Allí siento
que lo leído y releído tiene la fuerza necesaria como para seguir en pie.
Entonces, lo mando a visitar algunos amigos sin esperar demasiado a que vuelva.
Que vaya a caminar sin miedo y sin expectativas. Aún después todavía puede ser
que le cambie alguna cosa.
7) ¿Qué
relación tenés con tu biblioteca?
Con los
libros de mi biblioteca tengo una relación intensa, supongo. Cuando las cosas
pierden sentido, me cruzo con los libros que aún no leí y me tranquilizo. Así y
todo, me he ido volviendo menos obsesivo: puedo perder libros, puedo prestar
alguno y más, puedo soportar la idea de que no me sea devuelto. Yo hago lo
mismo. Con el objeto biblioteca tengo una relación de indiferencia: me da lo mismo
una repisa que baúles.
8) ¿Qué
libro te gustaría leer?
Ahora
mismo “La pasión según G.H.”, de Clarice Lispector. Por falta de tiempo lo
vengo postergando hace un año. También “La broma infinita”, de David Foster
Wallace.
9) ¿Qué
cinco libros no pueden faltar en tu biblioteca ideal?
“Escribir”,
de Marguerite Duras.
“El
limonero real”, de Juan José Saer.
“Kádish”,
de Graciela Safranchik.
“En la
masmédula”, de Oliverio Girondo.
“El
astillero”, de Juan Carlos Onetti.
10)
¿Cuáles son los autores/libros que te parecen más sobrevalorados y cuáles los
menos valorados?
¿Sobrevalorados
o infravalorados por quién? ¿El mercado, la crítica, la academia? En mi caso da
lo mismo, porque no tengo ni la más remota idea acerca de qué títulos o autores
son promovidos o rechazados por esas instituciones. Además, sospecho que para
poder juzgar si hay una sobre o infravaloración habría que tener la exacta
medida del valor que le correspondería a un texto o a un autor en un momento
determinado, y ¿cómo saber semejante cosa? De todos modos, entiendo que la
pregunta apunta a los gustos personales y, en este sentido, mi estricto parecer
me dice que la obra de ciertos poetas del interior del país merecen más
lectores y más reconocimiento. Pienso en Hugo Gola, en Juan Carlos Bustriazo
Ortiz, en Liliana Ancalao, en Lermo Balbi.
11)
¿Qué relación tenés con la inspiración?
Entiendo
que existe y trato de convocarla, aunque sin método ni rigor porque, se sabe,
la inspiración no obedece a nada. Cuando llega, cosa que sucede muy de vez en
cuando, trato de conservarla; todo lo demás se reduce al intento por establecer
un estado de escritura en donde los bordes de lo real se ablanden, se
suspendan, sean filtrados por efecto del campo imaginario, de la ficción. Y a
partir de allí, escribir, arriesgarme en la palabra, suscitar una experiencia
de escritura.
12)
¿Cuándo una persona se convierte en un buen lector?
Cuando
adquiere la disposición necesaria para irse a vivir dentro del texto que está
leyendo. Cuando la experiencia de lectura se traduce en experiencia vital.
Cuando logra integrar sus lecturas en un sistema de relaciones más amplio que
le permite hacerle decir al texto todo lo que esa suma de palabras, en
principio, aparentemente, no decía o no sabía que decía.
Experiencias
e impresiones de escribir estimulado por alguna sustancia o en un estado de
conciencia alterado.
No creo
en la búsqueda de un estado alterado de conciencia sólo como un medio para
escribir literatura. Así planteada la cosa, me suena a mera transacción: consumir
algo y sentarse a esperar la obtención del rédito textual. Sería una
especulación amarreta y pobre el que un escritor quiera aventurarse en los
estados alterados de conciencia pensando obtener texto. Me parece que es una
forma de degradar el trabajo sobre uno mismo, interior y más profundo, que
debería guiar la búsqueda de experiencias de ese tipo. Particularmente creo que
en el recorrido por el que un escritor logra establecer su propia obra resultan
fundantes los modos con que transforma su mirada sobre el mundo. En este
sentido, la experiencia con sustancias que amplíen el nivel de conciencia
ordinario puede resultar un camino interesante, una búsqueda posible. El texto
debería aparecer luego y acaso como residuo, como decantación de una experiencia
más amplia que comprometa la totalidad de la vida del escritor.
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